ARTISTICA: MITOS GRIEGOS Y ROMANOS
Prometeo era el hijo de uno de los titanes (poderosos dioses, pero por debajo de los dioses del Olimpo), Jápeto. Su madre era una oceánide (una ninfa del Océano) de nombre Clímide. Era por tanto, un titán de segunda generación, aunque destacaba y se diferenciaba del resto por tener una especial simpatía por los hombres.
Hermano de Atlas y Epimeteo entre otros, Prometeo era mucho más astuto que sus hermanos y el resto de titanes de segunda generación.
Zeus había ordenado a Epimeteo y Prometeo supervisar las virtudes y habilidades de todos los seres vivos de la Tierra. El primero de los hermanos se encargó de otorgar a los animales fuerza, velocidad, agilidad… Pero Prometeo quiso que los humanos fueran superiores. Les otorgó cualidades similares a las de los dioses. Pero además, les enseñó los números, la medición del tiempo o el alfabeto, entre muchos otros conocimientos. Les faltaba sin embargo algo muy importante: el fuego. Pero hasta para eso, tenía un plan.
Prometeo subió al Monte Olimpo, con mucho sigilo para que nadie le viera (tenía prohibido el acceso a esta zona). Buscó el fuego por todas partes, hasta que lo encontró, escondido en la fragua de Hefestos, dios de la forja y el fuego. Prendió con él la caña de una cañaheja, un arbusto que tardaba mucho en arder, para ofrecérselo a los hombres. Pero no solo se llevó del monte Olimpo el fuego: también le robó a la diosa Atenea la sabiduría de las artes. De esta forma, los hombres podrían conservar su historia.
El mito de Prometeo: la ira de Zeus
No era la primera vez que Prometeo se burlaba de Zeus y de todos los dioses del Olimpo. Un día, Prometeo partió en dos un buey. Una de las partes estaba repleta de huesos y grasa, pero la decoró de tal forma que parecía más apetitosa. La otra parte guardaba lo mejor del animal, pero su aspecto era terrible… Así que Prometeo dio a elegir a Zeus una de esas mitades. La otra, sería para los hombres. El dios del Olimpo escogió la que aparentaba ser mejor parte de la res, quedándose con la peor, la de los huesos. El enfado de Zeus fue mayúsculo.
Por supuesto, Zeus, al enterarse del robo del fuego, explotó en un descomunal arranque de ira. De nuevo engañado por el astuto Prometeo… El odio se extendió también hacia la familia de Prometeo y todos los hombres, los grandes beneficiados de sus hazañas.
El dios del Olimpo mandó hacer una mujer de arcilla a la que le dio vida: Pandora. La mandó a casa de uno de los hermanos de Prometeo, Epimeteo, junto con una misteriosa ‘caja’. Se trataba de una jarra que encerraba todas las desgracias del mundo: pobreza, hambre, tormentas, huracanes, maremotos, guerras…
Prometeo advirtió a su hermano acerca de la llegada de Pandora:
– Intuyo que esta llegada esconde algo turbio, hermano- le dijo- No la dejes entrar en tu casa.
El hermano de Prometeo le hizo caso, pero Zeus se enfadó, y para evitar males mayores, Epimeteo terminó casándose con ella. Y Pandora no tardó en abrir la jarra de las desgracias, que se desperdigaron por todo el mundo con rapidez.
El mito de Prometeo y el castigo de Zeus

Castigada la familia de Prometeo y los hombres, Zeus pensó en su venganza contra el titán. Mandó a Hefesto que lo llevara al Cáucaso y lo encadenara a una roca en lo más alto de una montaña.
Zeus mandó hasta allí un águila, encargada de comerse el hígado del titán. Pero al ser inmortal, su hígado se regeneraba cada día, y el águila tenía que regresar una y otra vez.
Afortunadamente para Prometeo, esta tortura no duró eternamente, aunque dicen que sí algo más de 30.000 años… Finalmente fue liberado por Heracles, hijo de Zeus, en un acto de misericordia. Mató con una flecha al águila y liberó al titán, quien a partir de entonces, iría de un lado a otro con un anillo al que permanecería atado con una cadena un trozo de la roca a la que había sido amarrado. Prometeo, por su parte, muy agradecido, reveló al hijo de Zeus el lugar en donde podría encontrar las manzanas de oro de Hespérides, que estaba buscando.

Dédalo era un gran inventor en la época gloriosa del imperio Griego. Había construido para el rey Minos un retorcido laberinto para encerrar en él al Minotauro. Pero tanto él como su hijo estaban retenidos por el rey en Creta. Ellos querían salir de allí y regresar a su patria, pero el rey Minos controlaba tierra y mar y no podían escapar.
Entonces, Dédalo observó el elegante vuelo de un águila y se le ocurrió una idea:
– ¡Ya lo tengo!- dijo entusiasmado a su hijo- ¡Construiré unas alas y saldremos volando de esta isla!
Y así es cómo Dédalo comenzó a crear unas enormes alas, con plumas unidas con cera. Les dio una curvatura perfecta y al probárselas, comprobó eufórico que podía volar como los pájaros.
La leyenda de Ícaro: advertencia de Dédalo a su hijo Ícaro
Antes de ponerle las alas a su hijo, Dédalo le advirtió muy serio:
– Ícaro, podrás volar como las aves. Solo tienes que mover los brazos de arriba a abajo, pero no olvides esto, porque es muy importante: no subas demasiado alto, porque el calor del sol derretirá la cera y caerás al mar; y tampoco vueles demasiado bajo, porque la espuma del mar mojará las plumas y ya no podrás volar.
– Sí, padre- dijo entonces Ícaro- lo tendré en cuenta.
Dédalo colocó con cuidado las alas a su hijo y luego él hizo lo mismo con las de su padre. Ambos alzaron entonces el vuelo. Pero Ícaro se entusiasmó al comprobar que podía ascender como los pájaros. Y de pronto comenzó a subir, a subir y a subir más y más, olvidando por completo la advertencia de su padre. El sol empezó entonces a derretir la cera que unía las plumas de las alas e Ícaro cayó, sin remedio, al mar.
Cuando Dédalo notó su ausencia, miró al mar y solo pudo ver las alas de su hijo flotando entre las olas. Terriblemente entristecido, maldijo el momento en el que desafió a las leyes de la Naturaleza. Cuando llegó a la isla de Sicilia, mandó construir un templo al Dios Apolo y depositó en él sus alas como tributo. Al pedazo de tierra más cercano al lugar donde cayó su hijo, lo llamó en su honor Icaria.

Prometeo era un dios muy especial (uno de los doce titanes, que tenían poderes especiales) y tenía el poder de adivinar el futuro. Sentía mucha simpatía por los humanos, y ninguna por aquel a quien debía mostrar admiración y respeto: Zeus, el gran dios del Olimpo.
Era muy común ver a Prometeo burlarse del dios de los rayos y los truenos. Pero el colmo llegó cuando Prometeo robó un poco de fuego de la fragua de Hefesto, hijo de Zeus y dios del fuego, y se lo entregó a los humanos. La cólera de Zeus fue tal, que ideó un severo castigo. A Zeus se le ocurrió lo siguiente: mandó llamar a su hijo Hefesto y le pidió lo siguiente:
– Hefesto- le dijo el dios- Ve a tu fragua y crea para mí la mujer más bella. Cuando la tengas creada, le insuflaré vida.
Y así es cómo Hefesto creó a la mujer más bella que nadie hubiera visto antes. Fue la primera mujer humana. Y como le ordenó su padre, la llevó hasta el Olimpo. Allí, todas las divinidades le colmaron de dones, para que fuera realmente irresistible, y le dieron el nombre de Pandora, que significa ‘todos los dones’.
La caja de Pandora : boda con el hermano de Prometeo
El dios Júpiter ordenó entonces que se casara con Prometeo, pero él sospechó algo, y la rechazó. Zeus entonces se la ofreció en matrimonio al hermano del titán, de nombre Epimeteo (quien veía con retraso cosas que ya habían pasado). Éste, a pesar de las advertencias de su hermano, aceptó.
La boda se celebró y Zeus les regaló por el enlace una misteriosa vasija de barro cerrada con una tapa.
– Lo único que os pido- dijo Zeus a Pandora y a Epimeteo – es que no la abráis nunca.
Pero Pandora, al terminar el enlace, sintió una gran curiosidad por ver qué había dentro de la vasija que le había entregado Zeus. En cuanto levantó la tapa, comenzó a soplar y a soplar un viento huracanado, acompañado por gritos escalofriantes. Con el viento y los gritos viajaban también las enfermedades que nunca había conocido el hombre y emociones negativas como los celos o la ira. Todos ellos se esparcieron por el mundo de los humanos con rapidez. Aterrorizada, Pandora cerró la vasija, consiguiendo retener tan solo a la esperanza.
El castigo de Zeus a Prometeo y la caja de Pandora
Para vengarse también de Prometeo, además de castigar a los humanos, encadenó al titán a una inmensa roca, condenándolo a permanecer allí hasta que un águila devorara su hígado. Como era inmortal, su hígado volvía a reaparecer una y otra vez.
Para escapar de ese fatal destino, Prometeo propuso a Zeus adivinar su futuro si le soltaba. Prometeo cumplió su promesa, y le dijo a Zeus que no se casara con Tetis, una diosa de la que estaba prendado, porque de hacerlo, terminaría muriendo a manos de sus hijos, como Cronos y Urano. Así que Zeus obedeció y se casó con Hera, dejando que la bella Tetis se casara con un mortal: Peleo.

Cuentan que hace mucho tiempo, habitaba en la isla griega de Creta un terrible monstruo, que tenía cuerpo de hombre y cabeza de toro. Era hijo de la reina de Creta y de un toro blanco.
Para esconder a aquel monstruo, habían mandado construir en la isla un laberinto oscuro y tortuoso, del que nunca podría salir.
El monstruo, al que llamaban debido a su aspecto Minotauro, tenía atemorizados a todos los habitantes de Creta. Para apaciguar su ira, le entregaban de vez en cuando hombres y mujeres en sacrificio.
Fueron muchos los que intentaron acabar con aquel monstruo, pero ninguno logró salir de aquel laberinto con vida. Hasta que un valiente soldado, el príncipe de Atenas, se presentó voluntario como sacrificio a la bestia, pero con la intención secreta de terminar con el Minotauro. El nombre de aquel valiente joven era Teseo.
Teseo y el minotauro: Teseo se presenta ante el rey de Creta
Teseo acudió con sus mejores hombres a Creta, y visitó al rey Minos para ofrecerse:
– Majestad, soy Teseo, príncipe de Atenas. Vengo para prestarme en sacrificio ante el Minotauro, en lugar de algún otro joven.
Junto al rey de Creta estaba en ese momento su hija, Ariadna, a la que le encantaba tejer. Deslumbrada por la valentía y carácter decidido del joven, se enamoró al instante de él y, ya cuando se iba, se acercó y le dijo:
– Teseo, lo más difícil no es matar al monstruo, sino salir del laberinto. Muchos se perdieron en él y ni siquiera consiguieron llegar hasta la guarida del Minotauro. Pero tengo una idea: he preparado un ovillo de lana muy fuerte para que no pueda romperse. Úsalo para marcar el camino por el que andas.
Teseo se quedó asombrado ante una idea tan buena, y tomó el ovillo entre sus manos:
– Sin duda, eres la mujer más inteligente que conozco. Haré lo que me dices, Ariadna.
De cómo Teseo consiguió librar a Creta del Minotauro
Teseo y sus hombres se dirigieron hacia el laberinto del Minotauro. Una vez en la entrada, uno de los soldados se encargó de sostener con fuerza el extremo de la lana del ovillo. Teseo entraría solo para acabar con el monstruo. Se metió el ovillo en el bolsillo y comenzó a andar. Gracias a la lana, consiguió orientarse y no volver a pasar por el mismo camino. El laberinto era oscuro y húmedo, y apenas podía caminar por él palpando las paredes.
Alumbrado por su pequeña antorcha, la apagó al escuchar más cerca los bufidos del monstruo. Entonces, comenzó a acercarse más despacio, sin perder ni un momento su ovillo de lana. Y al llegar al lugar en donde se encontraba el gigantesco monstruo, lo encontró durmiendo.
Teseo no perdió ni un segundo: se abalanzó hacia él y consiguió matarle, no sin antes tener que librar una terrible batalla.
Sus hombres escuchaban desde la entrada los gemidos y gritos, y no sabían qué pensar. De pronto, el silencio volvió a reinar aquel terrorífico lugar, y los soldados comenzaron a temer lo peor, hasta que un tirón del hilo les devolvió la esperanza.
Después de unos agónicos minutos de espera, Teseo apareció por la puerta, resplandeciente de emoción, ensangrentado, pero feliz:
– ¡He acabado con el monstruo!- dijo orgulloso.
Teseo y sus hombres regresaron victoriosos a Atenas.
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